La primera solución (y también la más improvisada) llegó por pura intuición. Los astronautas cuentan dentro del casco con un micrófono al que llaman Snoopy Cap y que, a falta de utensilios exclusivos para el picor, tradicionalmente se convirtió en el resquicio perfecto para frotar la nariz.
Como este mecanismo implicaba bastantes problemas en la calidad del sonido del micrófono (función para la que realmente se había creado, como es lógico), más adelante, la tecnología permitió que se incorporase un dispositivo vasalva. Esta especie de cubo de espuma, además de para el picor, tenía el objetivo de hacer posible que el astronauta de turno tuviese la posibilidad de controlar la presión de sus oídos (uno de los principales problemas a los que se enfrentan en el espacio) bloqueando sus fosas nasales.
Todos estos elementos se han ido rediseñando y perfeccionando con los años. Algunos permiten controlar el estornudo, un factor sorpresa que seguro que habías pasado por alto. Y no solo la nariz pica: también el resto de la cara. Para solventarlo, el astronauta Robert Frost colocó un belcro en el casco para aliviar cualquier tipo de hormigueo.